Quienes lo conocen, describen a Iruya como un «pedazo de cielo escondido entre cerros». Y… la descripción no estaría nada mal, ya que este pequeño y pintoresco poblado salteño se encuentra a más de 2.700 msnm, rodeado de los ríos Colanzulí y Milmahuasi.

¿El resultado? Un melancólico pueblo de estilo colonial que, con sus pequeñas callecitas y decorado, hace que sus casas, la mayoría hechas de adobe, paja y piedras, irradien una sensación mágica.

La gastronomía, claro, destaca por sus exquisitas empanadas, locro, humitas y tamales. Pero también se suman otras particularidades típicas de la dieta de los lugareños como la papa andina y la quinoa. Además, no se debe despedir al lugar sin antes haber degustado sus licores artesanales tales como el de cedrón, anís, muña-muña y de chicha de maíz.

Si se desea, se puede conversar con cualquier iruyense para profundizar en la historia del carismático pueblo, aprendiendo sobre su historia, actividades diarias y quehaceres.

Por supuesto que, en un increíble lugar en medio de montañas y cerros, no pueden faltar las actividades de turismo aventura. Senderismo, excursiones en vehículos 4×4 o visitas a antiguos caseríos en caballo.

Incluso, se puede conocer el circuito del Camino del Inca, que permite llegar a través de la Ruta 133 hasta Colanzulí, un poblado al pie del cerro Morado que, en su cumbre – a más de 5.000 msnm – se logran vistas inimaginables.

Cabe recordar, además, que tanto el pueblo como sus alrededores se encuentran protegidos dentro de la reserva de biosfera de las Yungas, declarado en 1995 Lugar Histórico Nacional.

Foto: Caminos del Norte